El happening inoportuno
Durante cuatro días –los que precedieron a la inauguración–, el casi debutante Eduardo Ruano (23 años, autodidacto, dos muestras en Lirolay el año pasado) se afanó alrededor de su obra, deslumbró a lo encargados del Museo con maniáticas mediciones de luz, tratando de que su vitrina estuviese correctamente iluminada.
Todos creyeron, entonces, que esa devoción era sincera: que la única preocupación de Ruano era perfeccionar un homenaje a John Fitzgerald Kennedy, cuya imagen ocupaba toda la superficie de un vasto poster-panel, montado sobre caballete y protegido –es un decir– por un vidrio.
El martes 30 de abril –día de la inauguración del Premio de Honor Ver y Estimar–, a las ocho de la noche, salieron de su error: el propio Ruano, con un séquito de amigos, atravesó el espacio desde el palier de los ascensores hasta su obra (en el otro extremo del salón) al grito de “¡Fuera yanquis de Vietnam!” El acto –que supuestamente completaba la obra, según las confusas aproximaciones estéticas que lo defendieron– culminó con la destrucción de la vidriera, y el violento rayado de la efigie del ex presidente norteamericano; la columna abandonó el local en formación.
Las autoridades del Museo de Arte Moderno prefirieron quitar trascendencia al episodio: se contentaron con expulsar a Ruano de la muestra. Otras fuentes sindicaban el hecho como un modesto eslabón de una cadena más compleja: según ellas, Ruano no sería más que un sacrificado emisario de un revulsivo grupo de artistas plásticos, enfrentados en este momento al Instituto Di Tella, y a las corrientes que cobija el seráfico profesor Jorge Romero Brest.
Sea como fuere, la ineficacia del acto fue notoria para cualquiera: como manifiesto, huele a naftalina; como aporte estético, no puede considerarse; como acto de terrorismo, es demasiado cómodo.