Esta es una obra clave en el arte de Antonio Berni. Desde sus retratos al carbón de los años 20, cultivó el género en el que alcanzó, entre 1934 y fines de los '40, excelencia técnica e intensidad expresiva.
Con el título de Figura, fue exhibida en el Salón Nacional de 1935, certamen al que además enviara Desocupados, composición de proporciones murales, rechazada por su temática social. Por medio de su "Nuevo Realismo", Berni respondía con trabajos de fuerte contenido crítico, al mero formalismo de ciertas corrientes modernas y también a la prédica del mexicano David Alfaro Siqueiros que, de paso por Argentina en 1933, declaraba al mural como modalidad excluyente, única capaz de consumar un arte revolucionario.
Rebautizada por su autor en 1938 como La mujer del sweater rojo, se inscribe en el realismo, junto a otros cuadros de la misma serie. Sin embargo carece de la implicancia política de piezas como Manifestación o Chacareros, aunque comparte con ellas el tratamiento rotundo y macizo de los volúmenes y el soporte de arpillera, sobre el que Berni experimentara por aquel entonces junto a Lino Enea Spilimbergo. Por lo demás, una factura obsesiva y concentrada en los detalles -notable en las texturas que representan el tejido del sweater o los cabellos- y un detenido estudio plástico de formas, colores, luces y sombras, destacan a esta pieza y la vinculan con la mejor tradición clásica, estudiada a conciencia en Europa y presente en las obras de la época.
El aspecto monumental de la figura se contrapone al ensimismamiento y a la nostálgica expresión de la mirada, así como a la delicadeza de la pose. La estática exactitud del diseño, acentuada por una luz casi despiadada que se concentra en la mujer, la sumerge en un clima extraño, misterioso, deudor del arte metafísico de de Chirico y del surrealismo, introducido por el propio Berni en el país, en su exposición de 1932. El artista había abandonado esta tendencia para mostrar la crisis social y política que vivía la Argentina en esa década. Así y todo, haciendo participar al subconsciente, dio a las apariencias un carácter nuevo, en el que aflora lo insólito y lo inquietante, elementos que la realidad también conlleva.