Con esta obra Luis Benedit entra de lleno en un tema que continuará a lo largo de años: la reflexión irónica sobre la constitución de emblemas de nacionalidad.  El título alude a un particular juego del campo argentino cuya tradición se remonta, cuando menos, al siglo XVII. Inicialmente se jugaba entre dos tropillas muy numerosas; jinetes, a veces peones de dos estancias cercanas, que a toda carrera se disputaban un pato que iba pasando de mano en mano. Al parecer en una primera época el animal estaba vivo. Andando el tiempo, se habría cambiado por un pato asado, que se encerraba en una bolsa de cuero con manijas. Las autoridades eclesiásticas primero, las civiles después, trataron de impedir este juego por su extrema violencia y el número de muertes que producía. En 1822 fue prohibido por ley; sin embargo, continuó practicándose. El animal fue sustituido por una pelota, encerrada en su bolsa de cuero, y el número de jugadores se redujo a solo cuatro por equipo. En 1953, fue declarado “deporte nacional”.

Como bien señala Miguel Briante en su crónica de la Bienal de San Pablo, una de las primeras cosas que “sacude” en la obra de Benedit es la incongruencia de la escala: la cancha tiene dimensiones de maqueta, mientras que la pelota es de tamaño real (Confirmado, noviembre de 1977). El tema elegido y la característica apuntada merecen una reflexión, inseparable de su producción en ese final de la década del '70. La obra es consciente de una serie de subtextos muy conocidos por el espectador argentino, tales como lo barbárico de la práctica original del juego, la connotación de violencia, de tortura de un animal por diversión, de confrontación entre bandos rivales. Lo desmesurado del tamaño del premio en relación con lo exiguo de la cancha apunta a la dimensión imaginaria de esa confrontación: el premio no es más que una bola, por grande que parezca, una “bola con manijas”. Lo contrario, es “andar como bola sin manija”. Esta última expresión es también típica del habla popular argentina y refiere a un arma de caza de nuestros pueblos originarios: la boleadora, consistente en tres bolas atadas con tientos, para ser lanzadas y enredar las patas de un ave local, el ñandú.  “Bola sin manija” quiere decir andar sin rumbo, perdido. Pero, también, “tener la manija” es tener el poder, imponer la decisión sobre los demás. Sutilezas con las que el artista trabaja desde el significante, acumulando metáforas y alusiones a uno de los momentos más oscuros de la historia nacional.