[...] El díptico Escaleras (1967) trae una variante más de esta trágica observación de la existencia humana. A la izquierda, alguien (¿hombre o mujer?) sube trabajosamente por una escalera vertical, cuyos dos últimos peldaños se hunden bajo sus pies, sumergidos en una sustancia líquida; a la derecha, toda la imagen aparece invertida, de modo que el personaje está descendiendo y es ahora su cabeza lo inmerso en la sustancia líquida.
El cuerpo, en ambos casos, aparece contorsionado; los peldaños inferiores, en el ascenso, y los superiores, en el descenso, están torcidos por la presión de los pies. La sensación de conjunto es la de un ir y venir, un subir y un bajar incesantes pero sin un fin preciso, como los de quien huye de una opresión para caer en otra, o quien no halla salida a un laberinto.
Pero debe también recordarse la simbología del ascenso y el descenso del alma: aquel, como una interiorización; este, como una disipación en el mundo exterior. Distéfano toma nota de esta simbología, que las tradiciones religiosas aplican a la subida al cielo y la caída en el infierno, pero en su representación no hay diferencia sino continuidad: se asciende para descender, se desciende para ascender, sin lograr nada.[...]