[...] El gran paso está dado en La puerta estrecha, donde la figura, ya segura del salto, sobrevuela la ley que sujeta y amarra, y esta abolición al acatamiento sempiterno no provoca la exaltación propia del triunfo definitivo sino la serena constatación de que, a partir de este logro, se debe ir más allá. El momento de la proeza está captado al punto que los miembros se confunden con las jambas del dintel y la formidable tensión de la diagonal en que se inscribe logra arrancar, al fin, del pavimento. Y la metáfora admite la evocación de las terrazas en damero que tan caras fueran a Bellini o a Spilimbergo. Ambas pudieron ser escenario propicio para que Euriclea reconociera, por las cicatrices, a su pupilo Odiseo. [...]