El modelo reducido
En la acepción corriente, todo aquello que sea posible dominar, manipular y aferrar se denomina objeto. Dado que su destino es ser utilizado, se lo descarta cuando deja de servir. Sin embargo, hay excepciones obvias. Una estilográfica que no funciona desde hace años, es un objeto que preferimos conservar si perteneció a alguien querido. Virtualmente, un objeto tiene dos funciones: la utilitaria (real-racional) y la simbólica (imaginaria-emocional). Cuando una de las dos funciones se interrumpe, puede aparecer la otra.
Meses atrás, en el taller de Roberto Elía, atrajo mi mirada una mesa ubicada contra una pared, plena de objetos diferentes. Volví tiempo después. La misma mesa estaba ocupada con otros objetos, y aunque su emplazamiento e iluminación no habían cambiado, su apariencia y resonancia me inquietaron.
Poco tengo que decir sobre la mesa. Era rectangular, de madera dura y despulida. Sólida y proporcionada, su tosquedad indicaba que no fue hecha por un verdadero carpintero. Las dimensiones de su plano de apoyo eran de 132 x 66 cm. Encontré posados en ella los siguientes objetos, que eluden cualquier clasificación sistemática:
Barniz sólido
Rollo de alambre
Canto rodado de Punta Mogotes (15 x 13 x 7 cm.)
Obra titulada “Paisaje”, tinta sobre papel (33 x 43 cm.)
Rollo de papel japonés
Mechero de alcohol
Ideograma sobre papel
Caracol de Punta Mogotes pintado de blanco
Obra titulada “Para ordenar la oscuridad en el vocablo”, caja de madera con tapa abierta que contiene: varillas de madera de pino, caja de cigarros, pincel, horqueta de madera, block de papel azul, caña de saxofón (73 x 53 x 11 cm.)
Barra de tinta china
Piedra
Barra de grafito
Tarjetas de invitación “arteBA-Libro de artista-Roberto Elía”
Cepillo japonés
Obra: “En busca del texto perdido”, caja-libro de madera, manuscrito con instrucciones (40 x 27 x 10 cm.)
Bochín de madera
Broche de ropa
Anteojos
Obra (incompleta) titulada “El texto de jade”, caja-libro de madera que contiene: carta celeste y fotocopia de estampilla coreana sobre costumbres pesqueras (30 x 27 x 8 cm)
Bola de papel de barrilete color negro
Tablas de parquet, cantidad 3 (c/u 11 x 2,5 cm.)
Dado blanco
Obra titulada “La alfombra mágica”, pintura acrílica metálica monocromática (18 x 24 cm.)
Cajas de fósforos de madera, cantidad 7
Bobina de alambre de cobre
Cepillo para pelo
ápiz 20B marca Stabilo
En general pensamos que una mesa, dada su inmediatez y familiaridad, es una simple mesa y nada más. Sólo ocasionalmente, si cambiamos de contexto, de punto de vista o de ánimo, la podemos percibir según otros valores menos comunes y otros significados menos triviales.
Tal como la encontré, la mesa de Roberto Elía era como un “muestrario” para uso casi exclusivamente privado. En la disposición de los objetos no se descubría una estructura formal ni un orden regulador. No había imposición alguna, sino simple exposición de objetos en un plano. Todos estaban en consonancia.
Sentí que los objetos, cuidadosamente colocados, formaban una población contradictoria y transitoria. No eran objetos exóticos ni curiosos, pero entre ellos creaban intersticios, proyectaban sombras, señalaban identidades, enunciaban vínculos.
Es nuestra mirada, como siempre, que encuentra o inventa relaciones entre un canto rodado pulido por el tiempo, “La alfombra mágica” (cuadro minimalista) y un antiguo mechero de alcohol, aunque no exista relación alguna. O si se quiere, es nuestra mirada que crea nexos entre lo útil y lo inútil, lo inútil y el azar, el azar y la necesidad, la necesidad y el yo, el yo y los otros, los otros y las cosas del mundo.
Es notorio que las relaciones son inaferrables e imperceptibles así como los objetos son tangibles y visibles. Están ahí para ser mirados, tocados y deseados con atención e intención, una y otra vez. Cuando aparece la contemplación estética (la actitud erótica) desaparece la clasificación, la administración y el cálculo. Se terminan las causas y los efectos, nada puede ni debe ser excluido.
La mesa de Roberto Elía tiene un carácter paradojal: reúne, realza y custodia los objetos que expone, sin hacerse olvidar en provecho de su función expositiva. No es una mera superficie de apoyo. Reúne, realza y custodia, pues es un centro de gravedad y de celebración.
Tal vez, las relaciones arbitrarias entre los objetos reales que aparecen sobre su superficie, sean una suerte de modelo reducido de nuestras relaciones con ciertos fragmentos del mundo real, al que siempre hacemos referencia. Tal vez, como escribió Guy de Maupassant, todo realismo sea una ilusión.
Horacio Zabala
Buenos Aires, agosto de 2003