El ciclo de instalaciones se cierra con Imagen pública-Altas esferas de 1993. Ampliaciones del archivo fotográfico del diario Página/12 tapizaban paredes y techo de una sala del Centro Cultural Recoleta. En medio de ella se erigía un altar escalonado, también cubierto por gigantografías. En su cima una salivadera recibía el goteo incesante de un líquido, que en principio iba a ser rojo para luego volverse negro como la tinta, mientras se dejaban oír manipuladas grabaciones de discursos que conformaban una escenografía sonora, realizada por el músico Daniel Curto.
Sobredimensionadas efigies de genocidas, dictadores, secretarios de estado o legisladores envueltos en escándalos de corrupción, ministros de economía que contribuyeron a la quiebra del país, presidentes locales y de otras naciones de ineludible influencia, jueces, figuras del espectáculo o protagonistas de crímenes pasionales, rodeaban al visitante en fragmentarias y amenazantes imágenes, pesadilla que dio pie a María Moreno para titular su agudo y analítico texto “La prensita del horror”, publicado en el afiche-catálogo. Allí observa que Maresca emplea la sangre como doble símbolo de comunicación: “la palabra escrita con sangre”, tópico más literario que periodístico, y la sangre como medio de información del estado del cuerpo, aspecto particularmente significativo para la artista que al año siguiente moriría a causa del SIDA.
Esta instalación se adentra en un mundo donde la imagen de los personajes públicos es construida por los medios. El altar escalonado representa tanto la sacralidad de las noticias –a las que cotidianamente se rinde culto– como un medio de acceso a la fama cuyos peldaños deben escalarse.