Escudriñar las cosas, sus más íntimos detalles, sus formas más sutiles, su textura más nimia era (y lo sigue siendo), para Humberto Rivas, una forma de poner la cámara fotográfica al servicio de su propia subjetividad. De alguna manera, Rivas aportaba la quintaesencia de la tradición documental, tan implantada en la fotografía latinoamericana, a pesar de partir de referencias europeas y norteamericanas: Atget, Sander, Strand, Weston, etc.
Tras quince años e vivir en Barcelona, su trabajo se fue consolidando como paradigma de la sobriedad y la sencillez. Su ideario y estilo además han supuesto un punto de partida y fuente de inspiración para otros fotógrafos españoles y argentinos más jóvenes, como Manolo Laguillo, Rafael Vargas, Antonio Blanco, Daniel Barraco, Juan Travnik, Oscar Pintor...
Cuando comienza la década de los noventa, en un momento en que la fotografía vive una etapa
iniciada unos años antes a la vez de esplendor y de cuestionamiento de su propio status ontológico, la fotografía de Humberto Rivas sigue apostando por la fuerza estética desde la serenidad y el equilibrio. Respetando la propia especificidad del medio fotográfico, y con gran destreza y dominio de todos sus secretos, Rivas se acerca al mundo que nos rodea de una forma a la vez crítica y delicada, pusilánime y sensible. Y es que tras la templanza de sus imágenes hay una lucha por el dominio, por el control, por la posesión del objeto. [...]
Efectivamente, tanto en los retratos como en los paisajes, que constituyen los “géneros” mayoritarios de Humberto Rivas, no hay lugar para la anécdota, para el incidente. Como en las composiciones de De Chirico, el paisaje natural está ausente, como en una especie de experiencia metafísica, eliminando toda violencia, ruido o estridencia que pueda distraer