edificio oscuro, escenario vacío a la estúpida espera de otra vida que no llegará. Inmóvil, inerte, viendo pasar un cielo desvaído, distinto a cada hora. Corrientes, 1986, Barcelona, 1981 [...], Colonia, 1990 [...], cualquier lugar, siempre.
El color, en algunos escenarios, quisiera contagiarnos, pero las emociones que suscita no son más que reflejos de un drama en blanco
y negro. A veces, en el muro no hay signos, y el fotógrafo apaga la poca luz del cielo. Masas sombrías se adelantan entonces. Entornados los ojos, el paisaje se cierra sobre su secreto, sabedor de que es inalcanzable. No hay regocijo en el fotógrafo. Humberto Rivas es un hombre sincero, y sabe que nuestra ceguera es, ante todo, la suya.