[...] Creo que, desde hace tiempo, la obra de Humberto Rivas puede leerse bajo esta clave: la de un arte que ha accedido a su propio clasicismo, un lenguaje que se apoya en el trazo “mecánico” o “químico” de la luz, en los datos “objetivos” de la realidad visual, en el abecedario codificado por la tradición fotográfica para ponerlos al servicio de un discurso personal, darles una inconfundible impronta subjetiva, volverlos expresión de un modo de ver que impone al fantaseo lumínico de las metáforas o espejismos icónicos, a las “improvisaciones” o variaciones formales, un pathos propio y el particular rigor de su estilo. Las infinitas apariencias del mundo y de los seres, los matices impalpables del estado anímico que aclaran u oscurecen la imagen de las cosas terminan por respirar en el aire común de un mismo modo de expresión que impregna los temas más dispares. Rivas ha llegado a ver y fotografiar con los mismos ojos a las mujeres y a las flores; las mujeres parecen flores que van a claudicar; las libres mujeres declinantes que guardan resabios de algún antiguo esplendor. Los objetos, los seres y los paisajes bordan todos ellos modulaciones del silencio y de la ausencia, un vacío que tanto puede ser signo de la espera como de la deserción de la vida.
Las imágenes de Rivas armonizan, sin apariencias de preciosismo, un extremo rigor formal, lindante con la desnudez geométrica y un poder de