diminutas, y en esas horas en las que el día se resiste a cambiar, realiza sus tomas, buscando la densidad, saturar los tonos sin cerrarlos. Si la fotografía es película de piel, la suya crece por capas: como los árboles, como la naturaleza. Entramos en sus fotografías densas, casi negras, como en una cueva, y es necesario aclimatar el ojo, la mirada, para distinguir entre los matices, para encontrar el sentido, para ver lo que allí ocurre. [...]
Lucio Fontana decía que el arte es eterno pero no inmortal; Humberto Rivas se detiene en las huellas que deja el tiempo sobre un rostro o un paisaje, consciente de que de ese modo transmite una visión de la historia nada doctrinal ni enfática: abierta pero cotidiana, y certera por vivida. Sus fotografías son conversaciones lentas, sin palabras: el fotógrafo se convierte en un espejo que observa, consciente de que con esa actitud y en ese clima, provoca la curiosidad de quien le mira; y el retratado, sintiéndose
cómodo, accede a dar al fotógrafo lo que le pide (una complicidad, una mirada, una confesión), a veces sin saberlo pero nunca con gesto excedido. Como si ignorasen el juego, no hay actitud forzada en los retratados, incluso cuando, pasados los años, vuelven a sentarse tranquilos delante de la cámara.
[...] El resultado es una serie de retratos silenciosos, casi intemporales (precisamente por estar hechos sumando las huellas del tiempo), en los que se unen las voces y los ecos. Con esa forma de trabajar esboza sin proponérselo una teoría, pues trata incluso los interiores como retratos: de frente, limpios, desnudos, cara a cara. [...] retrata la historia de un personaje, un barrio, una ciudad: de sus cambios y transformaciones, de su fortuna vital, y lo concentra todo en una única imagen, haciendo visual lo vivido.
[...] El artista que representa un paisaje ofrece siempre su experiencia del mismo y su visión