[..]. En la década de 1960, cuando estaba a cargo del departamento de fotografía del Instituto Di Tella, el futuro de Rivas estaba en la pintura. No hay rastros de esos lejanos trabajos sino a través de las fotos que podemos admirar hoy. Un proceso creativo que le llevó cuarenta años y que tiene su momento culminante en los años 80 con una serie de interiores realizados en Barcelona, Londres y Buenos Aires.
Son poco más de una docena de fotos en las que el autor conjuga en forma genial el silencio que emana de un rostro con el que se desprende de una pared descascarada. Los resume en una cama vacía, una silla desolada, el papel pintado en el ángulo de un zócalo.
Horas de observación que preceden al disparo genial.
[...] La propuesta de Lauria hizo honor a la intensa trayectoria de Rivas. La muestra se inició con el enigmático retrato de Roberto Aizenberg posando con una pequeña esfera metálica en 1975. Un homenaje a Magritte, según la curadora. Y culminó con dos fotos: arriba, una cabeza de espaldas, la nuca de un hombre anciano con poco pelo (Oriol, 1995, Huellas de la Guerra Civil); abajo, un túnel lóbrego apenas iluminado que no deja ver hacia dónde va (Barcelona, 1998, Huellas de la Guerra Civil). Nada mejor que estas tres imágenes para intuir la personalidad de un hombre simple, generoso y bueno.