casos, que da lugar a ciertos ambientes melancólicos, densos. A un clima y un pensamiento interior que se exterioriza mediante fotografías. Pero lo más importante era lo que Rivas veía. Cómo lo veía. Lo que seleccionaba. Los escenarios que a veces preparaba –las naturalezas muertas sin título, el conejo colgando, las flores secas, los botines...– Y lo que descartaba. Aquellas fotos que no deseaba llevar a la categoría de “obra”. Esto se observa de forma muy clara en la exposición de los “contactos” –, ese procedimiento que usan los fotógrafos que tienen cámaras analógicas, en el que copian sobre un papel todos los negativos [...] para ver cómo salieron las fotos de todo un rollo y poder elegir cuáles [...] quieren ampliar.
[...] es muy interesante poder identificar en estas piezas el procedimiento de selección de fotos que hacía Rivas: cuáles elegía y cuáles descartaba. Se ve muy bien en el contacto de
Germaine Derbecq, la artista y crítica francesa que Rivas fotografió en 1975. [...]
[...] la foto de Derbecq que figura en la exposición de la Cronopios es una en la que la crítica aparece con los ojos cerrados. ¿Es esta la foto que hubiera elegido ella para una exposición importante? En todo caso, es la que le pareció interesante al artista.
El gran escultor Distéfano, amigo querido de Rivas, recuerda que su personalidad era más bien discreta, silenciosa, totalmente observadora. A medida que el fotógrafo miraba el exterior, el mundo interno hacía revoluciones en secreto, a través de sus ojos y de su cámara.
Un núcleo frágil pero grande, varios puntos sensibles y delicados de ese universo que era Humberto Rivas están expuestos ahora en el Centro Cultural Recoleta. Visitarlos es un profundo viaje hacia uno mismo.