Nicola Costantino
(Rosario, Prov. de Santa Fe, 1964)
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Nicola costantino
Arte de acción
Un panorama del siglo XX
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Marina, Silvana y Pablo Costantino nacen con poco menos de un año de diferencia, en 1963, 1964 y 1965 respectivamente. Mamá Teresa Comissoli, llegada a los ocho años de Europa, se casa con papá Nicolás a los veinte años siendo veinte años más joven que él. Las culturas de Italia del Norte y del Sur se conjugan en esta familia rosarina. “¡Vi ascolto!”, reprende furiosa mama Teresa cuando escucha a los hermanitos hablar una lengua no permitida, el español.
Papá Nicolás proviene de la región de Abruzzo, es huérfano y tiene una infancia de privaciones que dificulta su educación que –paradójicamente– culmina con un título de médico cirujano especializado en ginecología. Entre cirugía y cirugía, Nicolás toca el bandoneón con sus amigos, defiende la vieja guardia y habla pestes de Astor Piazzola.
Los Comissoli son originarios del norte, de Piacenza. Figura patriarcal, Marino, el abuelo materno, representa la otra cara de Italia: refinado, de  impecable traje, bastón y sombrero deja una estela de perfume a su paso. Capitán de aviación de la fuerza aérea italiana es derribado tres veces en acción. En cierta ocasión cae en el desierto africano y es salvado por una tribu nómada –mucho después Nicola consideraría paralelos con la vida del artista alemán Joseph Beuys–. Después de la guerra, Marino llega a Rosario y trabaja en una fábrica de jabón. Es el mejor operario, el más inteligente, el protegido, a tal punto que el patrón, que no tenía herederos, testa a su favor. Convierte  la pequeña fábrica en la más grande de Sudamérica. Los diarios italianos se refieren a él como “il colosso sudamericano del sapone”, los jabones Kop son superiores. Mente inquieta, que su nieta hereda, trae al país las primeras máquinas de “esfera hueca”, una tecnología que permite hacer jabón en polvo. El camino del éxito parece irrefrenable hasta que ciertos sindicatos comienzan a boicotear la entrega del sebo. Sin materia prima, su industria quiebra.
Mamá Teresa trabaja en la fábrica hasta la debacle, luego se dedica a la costura con mentalidad empresarial y abre la boutique “Maria Meriggi” –invocando el nombre de la abuela de Nicola– negocio que funciona un tiempo en Rosario y perdura en Santiago de Chile.
El nacimiento de Nicola es asentado el 17 de noviembre de 1964 en el Registro Civil de Rosario. El nombre Nicola no se admite por extranjerizante; hubo que resignarse a Silvana, un nombre legal, aunque no familiar. Sin embargo ella es Nicoletta para toda la tanada. ¿Y cómo es la niña Nicoletta? Tiene ojos tan saltones que sus padres se preocupan; van a decenas de oculistas, sin embargo todo es normal. Nicola recuerda cuando despedía a sus abuelos Comissoli, que vivían en Buenos Aires. La llevaban al aeropuerto de Rosario y todos veían como despegaba el avión. A los cinco años, Nicoletta creía que Buenos Aires era un lugar en el cielo donde vivían sus abuelos. No entendía muy bien cómo funcionaba el mundo pero su imaginación suplía el conocimiento. Creía que el monumento al Soldado Desconocido estaba dedicado a un pobre soldadito de quien nadie conocía el nombre. Recuerda Nicola: “era una nena muy especial, en la escuela le mostraba a mis compañeros la Plasticola y les decía, esto es una válvula.  Una vez di una clase de física e hice actuar a todos de electrones, neutrones y protones distinguiéndolos con unas pecheras; explicaba  la espiral de la vía láctea con la espuma del café con leche cuando se revuelve con la cuchara. Siempre observé cómo funcionaban las cosas: el karting, la bicicleta, la locomotora. Yo pensaba que todos hacían lo mismo, pero me di cuenta –hace no mucho tiempo– que nadie observa como para entender”.
El primer matrimonio de sus padres dura apenas unos diez años y termina con juicios, recriminaciones y poca amistad entre las partes.
Siguiendo a su mamá,  Nicola –fascinada–,  se da maña con la aguja y el hilo, y les cose ropa a los nuevos hermanitos, Manuel y María José, hijos de la unión de su madre con José Abramovich.
Usa primorosos vestiditos con volados cuando acompaña a su papá que no entiende muy bien cómo divertir a sus niños, y simplemente los lleva a donde él va. A los siete años Nicoletta se asoma a la mesa de operaciones y lo reta porque no hace bien las suturas. “¿Porqué no cosés más despacio y dejás mejor la costura?, tardá más, pero dejala mejor, ¡pobre señora!”, increpa.
Los cinco chicos, más las actividades profesionales del nuevo matrimonio no dejan mucho tiempo para detectar qué le gusta a cada uno. Más bien hay que buscar una actividad para todos. Nicoletta quiere ir a un taller de dibujo mientras que Pablo y Marina prefieren el tenis y la guitarra. Ganan por mayoría y Nicoletta nunca aprende a pegar raquetazos ni rasgar cuerdas; es en esos momentos que se aburre soberanamente.
La joven Nicola
Recién a los quince años, cuando las reglas familiares lo permiten, Nicola puede hablar castellano en su casa, tomar café y maquillarse. José Abramovich le regala un libro que la cautiva, un tomo de Pintores Argentinos del Siglo XX, publicado por el Centro Editor de América Latina (CEDAL), donde está reproducida La mujer del sweater rojo de Antonio Berni. “Cuando vi ese cuadro pensé, yo quiero hacer lo que hace este señor”, recuerda la artista. Es el pasaporte a un mundo que Nicola todavía desconoce, ya que tiene poco acceso a los museos, no porque falten, sino porque no hay costumbre de ir, ni siquiera cuando visitan a los abuelos en Buenos Aires.
Terminado el colegio secundario, Nicola se inscribe en la Escuela de Bellas Artes, (Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario). Son épocas de festejos algo desconcertantes ante el regreso de la democracia. Mientras ella cursa primer año, Fernando Farina,  crítico y curador rosarino, es dirigente estudiantil de quinto año. En esa época Nicola no está al corriente del arte contemporáneo o de qué es una galería de arte, y mucho menos del entramado constituido por museos internacionales, bienales, coleccionistas y críticos. Eleonora Traficante, una de sus docentes, le abre camino.
Con un liderazgo natural, Nicola se convierte en dirigente estudiantil, organiza peñas y ferias de arte en la calle para reunir dinero y viajar por primera vez a la Bienal de San Pablo. La efervescencia universitaria no es compartida en el hogar de una familia que no entiende muy bien qué es eso de los “desaparecidos” y que teme por la seguridad de su hija rebelde. Nicola choca por todas partes: en su casa la madre espera que su hija continúe con la empresa textil; en la Facultad de Artes, recrimina a los profesores la enseñanza conservadora de técnicas como la cerámica y sólo se entusiasma en las clases de Estética y Filosofía de Rosa María Ravera.
Viaje a Italia
Ante la desaprobación familiar y la estructura un poco anticuada de la Facultad, cuando cursa el segundo año, Nicola decide viajar a Europa. Naturalmente el destino es Italia. Recuerda con precisión la fecha del viaje: 17 de mayo de 1985. Se aloja en casa de sus abuelos maternos, en Castel San Giovanni, desde donde recorre Italia por espacio de diez meses, sin salir de sus fronteras. Es más, ni siquiera visita el sur ante la advertencia de sus abuelos de que “de allí no volvería con vida”. Poco dispuesta a regresar a un entorno familiar complicado, establece negociaciones con su madre: a su vuelta retomaría los estudios y trabajaría en la fábrica de ropa familiar, a condición de tener un departamento para ella sola. Todo se reacomoda entonces.
Ingeniera
En 1987 un compañero de un curso de italiano, un ingeniero que tiene una fábrica de asientos de bicicletas, le explica en qué consiste el poliuretano expandido. Al enterarse de una vacante de matricero, Nicola se ofrece a trabajar gratis como aprendiz, para dominar la técnica. Poco después hace lo mismo en un taller de cascos de motos realizados en resina poliéster y en el laboratorio químico de Duperial. Con esos materiales fabrica casi un centenar de muñecos que protagonizan  Il Bacanale, instalación que constituye su primera muestra individual en 1989, realizada en el COEMIT (Comité de Inmigración Italiana) de Rosario. Su madre no acude a la muestra, ni siquiera la ayuda con su vestido. Todavía no entiende el trabajo de su hija.
Taxidermista
“Puede parecer morboso, ir a un lugar a abrir animales para dejarlos con apariencia de vivos, pero tiene que ver con investigar lo que no se ve; así como otros abren el reloj para ver la maquinaria yo quería abrir un conejo para ver cómo funcionaba”, recuerda Nicola, que ya en la carnicería, antes de conocer la escuela de taxidermia, miraba con curiosidad científica las vísceras, los chinchulines y el corazón. En 1990 se inscribe en un curso de apenas ocho clases en el Museo de Ciencias Naturales de Rosario. Los ejercicios básicos incluyen una paloma y un conejo; luego, mamíferos superiores. El ambiente no podía ser más “bizarro”. El primer día Nicola detecta tres grupos bien definidos: rústicos cazadores de la isla dispuestos a conservar sus trofeos; adolescentes de trece años y solteronas que venían con sus animalitos difuntos, perros, gatos o monos –imposible no evocar “Mimoso”, aquel cuento de Silvina Ocampo–. Nicola sostiene el bisturí con una mano y con sus ojazos mira una paloma, es su primer corte; después pierde el miedo y “nunca más le tuve asco a nada”, afirma. Como una técnica artística más, aprende los secretos del formol, el alcohol y la glicerina.
Buenos Aires
En 1992, una beca de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe le permite viajar a Buenos Aires. Su ilusión es conocer a sus próceres artísticos: Juan Carlos Distéfano, Norberto Gómez y Alberto Heredia. No tiene suerte con ninguno. Entre llantos sufre los comentarios descalificadores de Heredia y verifica su carácter misógino cuando le pide estudiar con él. Entonces toma clases en el Instituto Cromos con Enio Iommi, que después de todo también es rosarino.
Encuentro con el chancho
“La porchetta es una comida italiana, un lechón deshuesado y relleno con carne de cerdo, suele llevar cuatro bondiolas adentro, hay un proceso de marinado, coñac, cáscara de naranja y otros ingredientes. Como resultado hay unos 12 kilos de carne rellena de 8 kilos de bondiola, pura carne para satisfacer unos 40 comensales”, así relata Nicola su primer encuentro con un animal clave en su producción, el chancho. Él inspira su primera performance, Cochon sur canapé, un ritual comunitario alrededor de la comida.
La primera versión de esta performance gastronómica tiene lugar en Rosario, en el Museo Juan B. Castagnino en mayo de 1993. Nicola es invitada por el director, aunque resistida por la Asociación Amigos del Museo. El acontecimiento casi se suspende por llamadas anónimas y amenazas. Su comienzo anunciado para las 20, recién se concreta hacia las 23, luego de la intervención de la brigada de explosivos en búsqueda de una bomba que nunca existió. Una cama de agua, sábanas de raso rosa, una porchetta rodeada de doce pollos al spiedo constituyen el núcleo central de la acción. “Fue una verdadera orgía gastronómica, la gente no comía: ‘morfaba’ con las manos”, recuerda Nicola. Por esa época los cines proyectaban films como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989), o La Fiesta de Babette (Isak Dinesen, 1987), donde una dama francesa venida a menos que trabaja como sirvienta, gana la lotería y gasta íntegramente el premio en un gran banquete para sus patronos y vecinos. Nicola piensa diferente: “Yo lo hago para mí, no me importa si el otro lo aprecia, hago lo que amo. Junto al placer de comer, el rito del banquete comunitario tiene algo de macabro, hay un espíritu festivo alrededor de un cadáver. El chancho se sirve entero en la mesa, cabeza, rabo, hasta la piel”. Para Nicola, el cerdo es “ante todo, la posibilidad física de poder manipular a mi antojo un mamífero de buen tamaño; también sé que encarna ciertos aspectos negativos, es un animal sucio, cuya carne es prohibida por judíos y musulmanes; en el argot popular hacer el amor es también “la chanchada”, la “porquería”.
El taller de Barracas
Un grupo de artistas rosarinos se aglutinaba alrededor de un taller que dictaba Juan Pablo Renzi. Tras su fallecimiento, en 1992, es reemplazado por Pablo Suárez. En esas circunstancias el grupo se agranda y es el momento del ingreso de Nicola. El flechazo es mutuo. Suárez dialoga intensamente con ella, muchas veces olvidándose del resto, lo que causa algunos resquemores. No obstante, se convierte en su protector y la lleva al Casal de Catalunya donde en octubre de 1993 presenta nuevamente la performance Cochon sur canapé. También le facilita el ingreso al Taller de Barracas, experiencia gerenciada por la Fundación Antorchas, destinada a artistas noveles que durante un año eran supervisados por artistas reconocidos. Nicola comienza a viajar asiduamente a Buenos Aires, sin instalarse definitivamente, toma clases y trabaja en el taller y muchas veces pernocta, hasta que un día, mientras ella duerme, entran ladrones. Las autoridades, preocupadas, le prohíben seguir durmiendo ahí, lo que motiva la búsqueda de un lugar en Buenos Aires, que no fuera temporario. Nicola es quien mejor conoce ciertas técnicas y ayuda a sus colegas a resolver problemas específicos. Obras de Claudia Fontes, Paty Landen, Mónica Girón y otras, se sirven de su pericia técnica. Leandro Erhlich, Beto de Volder, el misionero Gabriel Ezquerra forman parte de aquella selecta troupe; Laura Ripa, es en muchas ocasiones, su compañera de viaje. El taller tiene su muestra de fin de año –1994– en la galería Ruth Benzacar. Allí Nicola muestra su Chanchito con motor, adquirido en la ocasión por el coleccionista Juan Vergez.
Houston
En 1995 viaja a Houston mediante un programa de intercambio que implica nueve meses de estadía, mil dólares por mes y un estudio para trabajar. La oferta alcanzaba sólo a diez artistas de todo el orbe. “Más que a Estados Unidos, tuve una beca a Pakistán, mi room mate era Shahzia Sikander, me llevaba a sus fiestas y conocía a todos sus amigos pakistaníes. Ella me presentó a Jeffrey Deitch, un importante curador que luego abrió una galería en Nueva York. Aprendí a hablar inglés, viajaba una vez por mes a una ciudad distinta con un bono aéreo que había comprado previamente en la Argentina. Necesitaba llevar una obra transportable y así surgió la idea de los tapados de ombligo con pelo natural; era plegable, liviana y fácil de trasladar. También llevaba puesta mi obra en las inauguraciones, era una forma de mostrarla sin necesidad de ser invitada a participar de esas exhibiciones”. Al recorrer los Estados Unidos Nicola logra apreciar el arte contemporáneo de primera mano. En la colección Menil puede ver esculturas e instalaciones de Edward Kienholz.
Ausente durante casi un año, a su regreso acepta encantada la oferta de la Fundación Antorchas para quedarse a cargo del Taller de Barracas. Recibe entonces al nuevo grupo de becarios integrado por Marcela Cabutti, Alfredo Londaibere, Marcela Mouján, Alicia Herrero, Karina El Azem, Martín di Girolamo, entre otros.
San Telmo
“¡Qué cosa más linda!”, repite cada vez que se acuerda de su casa taller de San Telmo. “Ahí empecé mi vida en Buenos Aires, quedaba sobre la calle Estados Unidos, entre Balcarce y Defensa, en pleno corazón del barrio; fue mi segundo nacimiento, quemé las naves, sabía que nunca más iba a regresar a Rosario”, recuerda Nicola. El reconocimiento llega de la mano de Ruth Benzacar que la apoya al comprender su potencia artística y la incluye en el elenco estable de la galería. Allí, en 1998, realiza una importante muestra individual, que inaugura con todas las obras vendidas. Ese mismo año Paulo Herkenhoff, curador de la Bienal de San Pablo, la invita a mostrar su boutique de peletería humana. La edición resultaría una de las más memorables en la historia de dicho evento.
Quizá esta es la puerta de entrada a los circuitos internacionales. Desde entonces Nicola es convocada a exponer en galerías, museos, ferias y bienales de todo el mundo.
Máquinas
En 2004 realiza Animal motion planet en la Galería Ruth Benzacar. La muestra está compuesta por máquinas que reproducen los movimientos de potrillos y terneros, sus planos y un video. “Cuando mostré mis máquinas, que son mecánica básica pura, a muchos les costaba creer como las imaginé y diseñé, algo para mí muy simple. El conocimiento que les dio lugar está en mi niñez, cultivado después por mi profesión y por consejos de mis cuñados y hermanos ingenieros”.  En efecto, la artista reconoce que gran parte de sus creaciones surgen a partir de la adquisición de nuevas técnicas; no sólo maneja materiales nuevos sino que se adentra en habilidades como embalsamar conejos, confeccionar ropa, zapatos, carteras y pelotas de fútbol, o fabricar jabón, producir films, crear máquinas neumáticas o instalar la vidriera de una boutique. Curiosamente, Nicola no es una virtuosa de la técnica, hace numerosos experimentos fallidos, que terminan en rabietas y pérdidas de tiempo y dinero. Más curioso aún es que esas técnicas no son inocentes, redundan en obras que han generado controversias ideológicas con respecto a la vida y la muerte.
Savon
En todas las ciudades donde exhibe sus trabajos la prensa reacciona en forma favorable, excepción hecha de Savon de corps, donde la grasa de su propio cuerpo obtenida en una lipoaspiración, es reutilizada para elaborar un jabón de belleza exhibido como artículo de lujo. Este operativo despertaría un estallido de opiniones a favor y en contra cuyos ecos trascienden el mundillo artístico para instalarse en publicaciones de interés general.
¿Cuál es el bajo continuo que subyace en la obra de Nicola Costantino? El interrogante sobre la vida y la muerte. Así como un niño abre un reloj para encontrar el tiempo, la artista abre un cuerpo para hallar la vida. Desde sus primeros experimentos con embalsamados hasta la exploración de su propio cuerpo con el bisturí de un cirujano plástico, se hace presente la búsqueda, casi desesperada, de sentido. Como los viejos alquimistas, Nicola supera todas las barreras éticas, los mandatos culturales y sociales para crear su obra.
En marzo de 2007 el Chelsea Museum of New York presenta la muestra Dangerous Beauty. Savon de corps es la tapa del catálogo y también la imagen institucional de la exposición.