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Por qué el azar no es un tema ajeno al arte argentino
 
 

Si uno observa la vida callejera de Buenos Aires a principios del siglo XX, se entiende de inmediato de dónde viene todo. Los boletos de lotería se vendían en casi cada esquina, los juegos de cartas en la calle reunían multitudes y las carreras en Palermo atraían tanto a los pobres como a los aristócratas. El azar no era algo marginal — al contrario, se convirtió en parte del tejido urbano. Y no solo como forma de ganar. Más a menudo, como forma de sentir. No por nada en español jugar significa tanto “jugar” como “arriesgar”.

La cultura argentina, que siempre ha reaccionado con fuerza a los cambios sociales, también reflejó esto. Incluso si el artista no pintaba un casino directamente, sus personajes solían estar en situaciones donde todo se decidía con una apuesta. No siempre se trata de dinero. Muchas veces es una metáfora. En contextos políticos, en historias de amor, en reflexiones sobre el futuro. Todo gira en torno al deseo de lanzar los dados — y que salga lo que tenga que salir.

El azar no trata solo de casinos, sino de un estado interno. Por eso entra de forma tan natural en los relatos artísticos de Argentina. Porque aquí no solo los jugadores están acostumbrados a arriesgar.

Si hablamos de literatura, hay que reconocer que en Argentina el jugador nunca fue retratado de forma unívoca. Casi siempre está al límite. En Borges, suele ser un intelectual que juega no para ganar, sino para comprender el mundo. En Ernesto Sabato, es alguien que se destruye a sí mismo y a los demás, pero no puede parar. En ambos casos, no se trata del dinero, sino de una elección.

En el cine argentino, la figura del jugador vuelve una y otra vez. A veces de forma directa: una escena en un casino clandestino, una partida tensa de póker donde la apuesta va más allá de las fichas. Otras veces de forma velada. Como en las películas de Carlos Sorín, donde el protagonista asume un riesgo absurdo por un sueño que tal vez nunca se cumpla. El azar en estas historias es escape, protesta, esperanza.

Es especialmente interesante cómo estos motivos se han transformado con la llegada de lo digital. Hoy, tanto en el cine como en la literatura, aparece un nuevo tipo de jugador: ya no se sienta en una mesa verde, sino que hace clic en la pantalla. Pero la lógica es la misma. Apostar, arriesgar, creer en la suerte. Todo eso sigue vivo, solo que ahora en forma digital. Y eso también se está convirtiendo en parte de la cultura.

Hoy, el juego dejó de ser solo un tema narrativo. Se volvió un elemento visual. Cada vez más artistas argentinos incorporan en sus obras imágenes de ruletas, cartas, fichas y pantallas de tragamonedas. No necesariamente como una crítica o una reflexión sobre la adicción. Más bien como una forma de representar la sensación de azar que atraviesa la vida. De mostrar que muchas decisiones se toman al azar. O, al contrario, por pura obstinación.

En el arte callejero de Buenos Aires también pueden encontrarse grafitis con figuras que compran lotería, avatares virtuales apostando en deportes, y personajes con ojos que recuerdan los tambores giratorios de un tragamonedas. Los artistas usan estos símbolos como metáforas: no todo en la vida se rige por la lógica, algunas cosas dependen del juego del destino.

Incluso en las instalaciones de artistas jóvenes, este motivo aparece cada vez más. La apuesta como forma de elegir, el juego como forma de pensar. Aunque no se trate de casinos reales, sino de política, amor o arte. La cultura argentina poco a poco se acostumbra a mirar el azar no solo como un problema, sino también como una forma de expresión. Aunque a veces implique riesgo.

Artículo realizado con el apoyo de 1winregistration.cl









































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