Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados Inmigrantes bajando de un barco (detalle), c. 1900
Harry Grant Olds
Vista de La Boca
c. 1901
Harry Grant Olds
Conventillo (detalle),
c. 1900-1905
La sala del teatro
Ateneo Iris en un acto escolar hacia los primeros años del
siglo XX
Poblado mayoritariamente por inmigrantes italianos que llegan al país desde mediados del siglo XIX, La Boca del Riachuelo se va organizando en torno a la actividad portuaria. Sobre ambas márgenes se instalan talleres metalúrgicos, frigoríficos, astilleros y establecimientos navales, constituyéndose desde su origen en un barrio esencialmente obrero. Hacia 1870, la mayoría de los barcos que provienen del exterior (al igual que los que vienen del interior del país) cargan y descargan sus mercaderías en el puerto de La Boca. En sus calles se habla el dialecto genovés (xeneize) y entre sus primeros pobladores se mezclan comerciantes, obreros y algunos expatriados seguidores de las ideas libertarias de Giuseppe Mazzini,
quienes construyen sus casas de madera y zinc y las pintan con los sobrantes de pintura de los barcos.
Si bien los conventillos no son una tipología de vivienda exclusiva de La Boca, éstos han quedado estrechamente relacionados con el barrio en el imaginario popular. Hacia 1887, una cuarta parte de la población de la ciudad de Buenos Aires se aloja en los cuartos de viejas construcciones con habitaciones que se abren a patios o pasillos con servicios sanitarios comunes. Un cronista de la época se refiere a los conventillos señalando que:
“La gente que vive aquí [...] está perfectamente en armonía con la fachada de la casa, las sinuosidades del patio, las grietas y verrugas de las paredes, la capa grasienta de las habitaciones y los mil trastos que se ven aquí afuera... En la primera pieza vive un matrimonio italiano, ni muy joven ni muy viejo, zapatero el marido y cocinera de circunstancia la mujer; en la segunda una viuda con cinco hijos, sustentándose, no sin apuros, con el trabajo de dos de ellos; en la tercera ha instalado su laboratorio y su familia un químico de pacotilla, gran confeccionador de toda clase de aguas olorosas [...], sigue, con su mujer y dos hijos un vigilante que no deja de preguntarse con frecuencia qué porvenir le está reservado a quien se pasará los días y las noches guardando lo que tienen los demás; en la otra celda, aunque se ha dicho que sólo viven tres vendedores ambulantes italianos, sé positivamente que por la noche vienen ocho por lo menos a tender sus huesos, sin desnudarse siquiera, sobre esos dos miserables jergones que se ven allá; en la sexta pieza han instalado sus reales tres chinas, a las que no se les conoce oficio [...]”
Pese a que gran parte de su población vive, en lo que para la época eran consideradas las peores viviendas de la ciudad, desde el último cuarto del siglo XIX, La Boca va forjando su actividad cultural propia. Publicaciones como
El Ancla (1865),
Eco de La Boca (1888),
El Bohemio (1892),
Cristóforo Colombo (1892),
Progreso (1896),
La Unión (1899) dan cuenta de la variada gama de intereses culturales y tendencias ideológicas de una sociedad en plena conformación.
Desde sus orígenes, el barrio cuenta con un gran número de instituciones propias vinculadas al mutualismo y a la actividad cultural. Este fenómeno estaría ligado a la dinámica migratoria, en la que las redes familiares y sociales “tienen un peso considerable en la recepción del inmigrante y su inserción en el nuevo territorio”.
La Sociedad Progreso de La Boca, activa desde 1875, es una clara expresión de la conjunción de voluntades solidarias. Allí se congregan los vecinos más representativos del barrio con el objeto de coordinar acciones tendientes a mejorar la calidad de vida de los boquenses: la creación de un mercado, el empedrado de las calles, la instalación de gas, entre otras, figuran como las principales consignas de la entidad.
La actividad teatral y lírica ocupa un lugar destacado en las actividades culturales del barrio desde fines del siglo XIX. Salas como el Ateneo Iris –que abre sus puertas en 1881– y la Dante Alighieri, constituyen los principales focos de atracción. Estos espacios alternan sus funciones artísticas con asambleas políticas y reuniones sociales.
“[…] Sobre el camino viejo”, recuerda Antonio Bucich, “abría sus puertas el Teatro Sicilia, donde Vito Cantone hacía proezas con sus títeres bélicos y enamoradizos. Las instituciones de naturaleza coral y musical proliferaron en La Boca [...] Dos de ellas fueron famosas por su asidua concurrencia a los concursos carnavalescos –lo que se hacía muy en serio–. La disputa entre Unión de La Boca y la José Verdi, dirigidas por maestros de la calidad de Leonidas Piaggio y Arístides Baragli, repercutía en la zona y más allá de sus límites [...]”