Cada una de las etapas de la obra de Norberto Gómez se distingue como un momento intenso de la escultura argentina contemporánea. En sus primeras piezas, exhibidas públicamente en 1967, prima un extremo rigor y habilidad combinatoria. Realiza entonces objetos de una geometría vinculada al arte óptico-cinético, donde el movimiento virtual es definido por secuencias que revelan el desplazamiento de las figuras. En sus construcciones minimalistas del año siguiente pone en juego similares recursos. En ellas, al tratar las mutaciones del plano al volumen, requiere del espectador una observación mentalmente participativa, para completar los breves datos ofrecidos por los objetos.
Los años '70 lo encuentran inmerso en el realismo que caracteriza el arte de la década. Ya no son abstractos esos cilindros y paralelepípedos colapsados por ablandamientos y licuefacciones. Son metáforas de la degradación y la condición vulnerable de la existencia, que más adelante representará, con literal crudeza, en sus series de tripas y despojos orgánicos, expuestas por primera vez en 1978. Sus realizaciones de comienzos de los '80, alucinantes y angustiosas, ponen en escena seres monstruosos, mutilados y descarnados, de cuyas osamentas penden los delgados jirones que los ligan a lo humano.
Más allá de motivaciones existenciales, este conjunto también representa la fragilidad del cuerpo en una época de torturas y muertes, desatada por el