Obra escasa en número y siempre de renovada originalidad, sólo nueve muestras individuales –realizadas en el transcurso de tres décadas– bastaron para situar a Juan Carlos Distéfano en un sitial único en el arte argentino. Nacido en malos tiempos que se hicieron crónicos para el país, la obra de Distéfano es la contracara ética de la Década Infame. De la prolongada intemperie e incesante penuria argentina da cuenta y testimonio su escultura, sólo concebible –y concebida por él– en tierra inhóspita, bajo la Cruz del Sur.
A pesar de todo –y tal vez por la misma razón– la obra de Distéfano marca sin paliativos un antes y un después en el arte argentino. Y cabe conjeturar que su significación se globalizaría en medios más propicios. Esta suerte esquiva comparte Distéfano con Aldo Paparella, Emilio Renart, Alberto Heredia, Norberto Gómez. Junto a ellos compone Distéfano una panoplia de creadores de imagen, poéticas y recursos diversos pero hermanados en la razón ardiente que no trepida en sumergirse en el corazón de las tinieblas, en la brutal realidad de los tiempos de Caín. Y no es por azar que la materia y la policromía sean centrales en este oficiar que nos habla de extravíos, de derrota de la razón y la voluntad, y a pesar de todo, de sostener la dignidad del hombre.