Desde sus primeros autorretratos de la década del '20 Berni mostró gran poder de observación y dominio de los medios plásticos para acometer tanto el parecido como la contundente presencia de la figura humana. Ya con expresión melancólica y reconcentrada, ya con actitud ligera y estilizada, sus retratados comparten la vigorosa construcción de la imagen, la distinción en su apariencia y cierto resquicio de vulnerabilidad, que se manifiesta, sobre todo, en las expresiones o en ciertas actitudes de abandono, en las que puede entreverse un monólogo interior que emerge, involuntario, de la tensión y el tedio de la pose. La mirada está invariablemente perdida en un más allá que permite al espectador observar sin ser interpelado. Los autorretratos constituyen una excepción: el pintor no sólo se observa atentamente a sí mismo para poder representarse, sino que por medio de su penetrante mirada, advierte sobre la esencia de su oficio.