Una tubería se encuentra con otra. Ambas están atestadas de potrillos y terneros en estado de gestación, algunos más grandes que otros. Apretujados entre sí, con la lengua afuera, abrazados, con los genitales expuestos y como si se estuvieran lamiendo entre sí; hay un erotismo latente en esta especie de fosa común. La tubería es útero, pero también tumba. En este friso (que forma parte de Pipe, un trabajo presentado en Deitch Project, Nueva York, 2000) hay un límite impreciso entre la vida y la muerte, entre Eros y Tánatos. Los animales no están vivos, pero tampoco muertos; todo parece una orgía, pero también un acumulamiento de cadáveres. La escena puede ser parte del Infierno, pero también del Paraíso. Los potrillos están ocultos en una tubería, y a la vez, la pared ha sido removida para hacerlos visibles. Como una persona atrapada por las puertas automáticas de un tren, este friso de Costantino plantea un límite exasperante. Frente a un cadáver, se piensa que no hay remedio, frente a un ser vivo, todo está bien. Pero cuando un bebé –y todo ser vivo- nace, hay peligro inmediato de muerte y un moribundo siempre tiene la esperanza de la salvación. ¿Quién recuerda el momento preciso en que salió del útero materno, y qué aturdimiento o revolución se sufrirá en el momento preciso de abandonar esta vida?
En el Libro Tibetano de los Muertos (Bardo Thödol) se afirma que la