El dibujo es para Gómez un ámbito donde desarrollar sueños, ideas y obsesiones, integrándolos al mundo material a través de las formas. Esto no implica que esta disciplina sea una instancia preparatoria de sus esculturas. Es otro modo de plasmar obras que funciona autónomamente, aunque guarde relación temática y estilística. Desde los ‘70, su gran dominio técnico desafía el plano del papel con un detallado claroscuro de efectivo ilusionismo en figuras y volúmenes geométricos en franca mutación. Sin embargo, para mantener la relación con lo abstracto, limita la sensación de profundidad, ofreciendo alternativas de metamorfosis en superficie, aún en los abismales negros plenos, que se mantienen ambiguos. En los ‘80 desarrolla sus engendros óseos, sobre todo con tintas, vinculándolos usualmente a la arquitectura y al mobiliario funerario, con el que terminan fusionándose. Aparecen aquí elementos vegetales, ausentes en sus esculturas, representando a la vida que se abre paso. Finalmente, los variados personajes bufonescos que realiza desde los '90, tienen algo de ilustraciones arcaicas y mucho de refinadas caricaturas, las que con humor, abren el espacio de la reflexión crítica.