[...] La obra de Eugenia Crenovich, expuesta en la Galería Müller, nos habla en un idioma que no es el nuestro y que tampoco es el de ella. La sala se presenta como un laboratorio y no como un taller. Hay retortas que no se ven y tubos de experimento que están disimulados dentro de los marcos, y el catálogo nos señala, con palabras del léxico habitual, que es propósito de la artista abordar problemas de geometría plana, aunque pasen de pronto, en un salto mortal, al espacio persiguiendo la desesperada aventura, del cuadro al bajo relieve, del relieve a la escultura, de hacerse entender del espectador porteño, que insiste en mirar hacia la vida como las vacas miran. [...]
La pintora Crenovich ensaya, algo tarde, problemas que inquietaron a los estetas conmovidos por el futurismo entre 1910 y 1930. En su pequeño laboratorio de barrio busca, a su manera, saber cómo se disgrega el átomo. Edison para descubrir la incandescencia de la fibra de cáñamo hizo más de 12.000 experimentos con materiales diversos. Nuestra pintora recién comienza a subir la cuesta. Le deseo tenga éxito mucho antes. Porque, después de todo lo que nos separa, ella no escapa (ya que se somete demasiado) a los límites físicos de la luz y su descomposición en colores, dirigiéndose honestamente a la emoción y a la inteligencia pura del nervio óptico y no al corazón de pacotilla de las muchedumbres donde