El vínculo con el arte revolucionario asumido por Berni desde su adhesión al surrealismo viró en 1934 hacia lo que denominara Nuevo Realismo. Abandonó las escenas oníricas y pintó grandes composiciones con temas sociales y de repudio a los totalitarismos de la época. Estos cuadros, tratados en ocasiones con técnicas que semejan el fresco, respondieron al desafío planteado por Siqueiros, que consideraba al mural como el único arte verdaderamente popular y comprometido. En ellos Berni retornó a las apariencias tangibles y a la narración lineal para hacer explícito el reclamo de una humanidad sufriente, que desde entonces y para siempre, juzgará la indiferencia de la sociedad que la margina y la violenta. Muchos de los personajes obtuvieron su rostro de fotografías tomadas por el propio artista o provenientes de material de archivo periodístico. Esta práctica, originada en el collage surrealista, sería habitual en su trabajo.