Justamente, en el contenido de las cañerías que cruzan sus frisos, la artista revela lo inconfesable. Con precisión quirúrgica realiza cortes transversales en sus muros y pone en evidencia la rutina de desembarazarse de aquello que resulta absolutamente intolerable; desnuda el desprecio que inspiran a una sociedad consumista y vanidosa los seres que ella misma ha gestado. Pero suturando distancias entre civilización y barbarie, equilibra la brutalidad de la imagen con las líneas puras de la arquitectura funcional. Las elegantes curvas y el diseño de máximo refinamiento de los caños destinados a proveer confort otorgan una belleza ornamental que refleja la obsesión estetizante de nuestra época. [...]
Pero a lo fatuo se contrapone un intenso significado. El arte de Costantino puede ser visto como una crítica al consumismo, aunque de ser así –es preciso reconocerlo–, se trata de un arte que participa del sistema. Se construye en las propias entrañas del sistema, utilizando las mismas herramientas, manipulando con habilidad la belleza de la apariencia que suscita el deseo y los más íntimos secretos de la cultura del consumo, los disfraces que esconden su rostro más oscuro.
Al igual que Bret Easton Ellis, autor de la novela American Psycho, que relata la historia de un asesino serial fanático de las marcas, Costantino establece una inquietante relación entre la desenfrenada incitación al consumo y la violencia, y denuncia la esquizofrenia que provoca el doble mensaje de estetización y deshumanización. El escritor norteamericano contribuye a interpretar el status de los objetos de Costantino, que por un lado bien pueden engrosar la lista de productos que satisfacen una exclusiva franja de consumidores top, pero que además son substitutos de una satisfacción vital hondamente enraizada en la barbarie de nuestras raíces.