Nicola Costantino presenta en una galería de Buenos Aires unos jabones de tocador hechos con sustancias de su propio cuerpo, obtenidas mediante una lipoaspiración. Explica además en un escrito cuáles han sido los propósitos de crítica socio-antropológica e histórica que han guiado su extraño procedimiento de conversión estética de lo que ella llama “residuos patológicos”, extraídos de su propia grasa. No vengo a poner en duda el derecho de Nicola Costantino a disponer de sí misma en la forma en que lo hace, ni tampoco el derecho que asiste a la galerista a exponer los resultados de ese trabajo.
Lo estrafalario suele desnudar los ocultamientos, los prejuicios, las hipocresías asentadas en una sociedad y, en tal sentido, que sea bienvenido al campo del arte. Pero me temo que no estamos ante un caso semejante y por eso me permito ejercer yo también algunos derechos, por ejemplo, el de decir en voz alta cuanto pienso, el de publicarlo si algún editor acepta esta cuartilla y el de exhortar a quienes me lean a no asistir a la muestra de Nicola.
Mis razones son simples. La primera es que, aun cuando la artista asegura tener una especie de nihil obstat de quienes pudieran sentirse afectados por la metáfora inevitable que liga la operación realizada por Costantino a su equivalente del pasado, atribuida a los nazis y realizada con grasa que