La relación de Gómez con la arquitectura comienza en los años '60, en ciertos collages en los que incorpora recortes de edificios. Luego el conjunto de restos corporales prevalece en su escultura, salvo por el túmulo funerario de 1979. El reencuentro se produce hacia 1984 en la extensión espacial que requieren Custodia, pila y látigo, en los ornatos de Muleta y en el límite establecido por Alambres. Estas obras son recordatorios de la tortura y el dolor, la debilidad y la represión, y cierran un ciclo de zozobras. Las fachadas de madera, comenzadas como ejercicio evasivo, recuperan un entorno conciliador, que rinde homenaje a los imaginativos constructores y decoradores de la antigua Buenos Aires. Luego estas transcripciones se vuelven laberinto, enigma y mecanismo secreto en los relieves de yeso de la segunda mitad de los '80.