Un sentido de irrealidad prevalece en estas construcciones. Sumamente personales, muy atractivas visualmente, las escenas que contiene cada uno de estos “encierros”, –pequeñas bóvedas cargadas de elementos oníricos–, proponen una lectura que remite a lo ficcional donde se entrecruzan fantasía y realidad. Si bien muestran elementos que resultan familiares, claramente suceden en algún lugar que no es éste. Hay plantas, minerales e insectos reales en jardines imaginarios de colores imposibles; escenas explícitamente sexuales, batallas, seres mutantes, en relatos que suceden a pequeña escala y provocan en el espectador un estado de estupor y contemplación ensimismada. A veces, en vez de bóvedas, los micromundos se presentan en magmas gelatinosos que se derraman a partir de un tajo liberador. Como señalara Fernando Fagnani, Harte a su modo se porta como un filósofo de la naturaleza, la barroquiza, la retuerce, la reconstruye y finalmente la encierra para preservarla.