La modernidad trajo aparejados proyectos utópicos y la fusión entre arte y vida. Vicente Araújo afirma que “la ocupación de espacios de comunicación públicos, ha formado parte de la agenda artística desde las primeras vanguardias”.
Hacia 1960 las neovanguardias ampliaron estos proyectos a través de acciones y happenings que subrayaban determinadas características: muchas veces se trataba de manifestaciones efímeras que por lo general ocurrían fuera de las instituciones consagradas al arte, tales como museos y galerías.
En los últimos 50 años el concepto de “lo público” se ha transformado, problematizado por la crisis de la modernidad, por el advenimiento de las democracias masivas y por la difusión de las recientes tecnologías aplicadas a los medios de comunicación, como la radio, la televisión e Internet. Al respecto García Canclini apenas ironiza:
¿Se acuerdan de que hubo épocas en que lo público era un espacio? Esa noción creció con las ciudades, y se pensaba que había partes de ellas identificables como públicas y otras como privadas [...]”
Su análisis recorre el ágora de la Grecia clásica y los salones del Iluminismo, para arribar a la global e inasible “opinión pública” propia de