Huellas del aire es la primera instalación creada por Santa María para ocupar el paredón ladrillero del ferrocarril que bordea los primeros tramos de la calle Lanín. En diciembre de 1999, cuando Huellas ya se exhibía y la intervención en los frentes de las casas –concebida como “permanente”– había avanzado sólo sobre cinco fachadas, ya tenía como contrapartida este extenso muro que se dedicaría a exposiciones temporarias, conformando una suerte de galería a cielo abierto. Para enfatizar esta idea, el artista se valió de fotografías de Ricardo Blau –imágenes de celestes firmamentos poblados por algodonosas nubes blancas– que podían leerse como epítome del concepto “cielo”. Santa María las enmarcó como si fueran cuadros clásicos, con dispositivos modelados en poliéster de acabado dorado, que imitaban marcos antiguos como los que pueden encontrarse en los museos. Se trataba de una sencilla manera de indicar el lugar del arte recurriendo a la tradición, aunque la situación y estructura de la obra hablara un lenguaje contemporáneo. Las fotografías se completaban con cuatro grandes espejos que se intercalaban entre ellas, orientados de manera que reflejaran el cielo “real”, fluyendo cambiante. El conjunto parecía emitir una advertencia sobre el empeño del arte por sustraerse a lo temporal –ambición representada por medio de las fotografías orladas pomposamente– mientras los espejos insistían en mostrar la inexorabilidad de lo fugitivo.