En cada una de sus muestras Liliana Maresca condensa un instante del funcionamiento del arte en relación con la sociedad y la política. Pero esta vez hay una mirada que, en principio, parece escéptica.
La muestra consiste en carteles que exhiben y anuncian una gran disponibilidad. La artista coloca en una sala de exposiciones el debate sobre el mercado pero, sobre todo, la lógica del mercado, que impone un funcionamiento.
En sentido estricto y literal el estar disponible para todo destino –como dicen los carteles, confeccionados a imagen y semejanza de los que se ven en la privatizada Buenos Aires– suena como una invitación a una aventura fantástica. Pero en ese punto aparece la lógica del mercado, que banaliza todo, incluso el arte, al que obliga a constituirse POR el mercado.
El mercado y su lógica piden imágenes, técnicas y materiales determinados. Pero también privilegia ciertas interpretaciones sobre otras. En los carteles de Maresca, por ejemplo, habría que pensar que la disponibilidad sólo será dócil ante el dinero (el alquiler, la venta) y que el destino es un efecto de la publicidad.
La artista no cree más que en el arte –como trabajo, idea, imagen, conocimiento y reflexión– y a partir del arte recompone las relaciones con el