Maresca se sumergió durante semanas en el archivo gráfico de Página/12 para armar su instalación y seleccionó todo un material que funciona como síntesis de la última década argentina. Lo amplió hasta obtener gigantografías y montó esas imágenes impecablemente sobre paneles para luego transformar la sala 12 del Centro en una caja de resonancia de imágenes. Paredes y techo exhiben una secuencia —algo así como los "grandes éxitos" de la imagen pública de la política— que produce el efecto de la simultaneidad. La saturación de tanta tinta se vuelve una saturación química: el panel que oficia de techo gotea lentamente tinta que va llenando un recipiente montado sobre un pedestal escalonado. Un monumento simbólico, como todos los monumentos.
En los afiches y postales de presentación, en un juego alusivo al que sabe que sabe, la artista posa desnuda sobre esos mismos paneles, para no quedar fuera del circuito de las efectividades conducentes de la (estética) política. Maresca rescata el protagonismo colectivo, confunde exprofeso la política con la farándula y subraya que la injusta diferencia de significado social entre el "hombre público" y la "mujer pública", rápidamente se diluye. [...]