abuelo, un inmigrante ruso llegado a la Argentina con los contingentes del Barón Hirsch. Era muy piadoso, siempre inclinado sobre la Torah y ajeno a cuestiones de orden práctico. Tal vez heredé de él mi propensión a buscar respuestas a las preguntas eternas que el hombre se formula. Creí hallarlas en la filosofía, y como equilibrio a esa tensión angustiosa, el arte era el premio y el descanso. [...]
Fue por medio de Juan que conocí a Mondrian, Klee, Kandinsky, abriéndoseme un mundo que intuía en el rigor de mis admirados Holbein, Buonaroti, Ingres. Aún más, en las relaciones plásticas hallé la razón que no siempre la filosofía me brindaba; por mi temperamento y formación, no puedo ser otra pintora que la que soy […].”