No obstante, tanto su fecunda labor como su condición de pionera, no dieron como resultado el reconocimiento de su nombre más allá de algunos núcleos restringidos. La casi nula presencia de su obra en las exhibiciones de los museos, aunque piezas de su autoría formen parte de sus colecciones, lo verifica. Varias parecen ser las causas de esta escasa visibilidad y reconocimiento. Una de ellas es lo difícil que resulta encasillar su obra en compartimentos claros y definitivos debido a un modo de trabajo nómada, que acogió tanto los rigores de la geometría y las libertades del expresionismo abstracto como las diversas modalidades de la representación moderna. Otra, su expresa determinación por poner su carrera en un segundo plano con respecto a la de Juan Del Prete, su compañero. Una actitud tal vez estipulada por el rol de la mujer en la sociedad de aquellos tiempos, pero también derivada de la personalidad desbordante y proteica de su pareja, quién, sin embargo, fue el principal impulsor de la continuidad del trabajo de la artista, a la que con frecuencia acicateaba, propiciando sus exposiciones.
Con respecto a su relación con el arte, Yente alguna vez declaró:
“Rehuí siempre las imposiciones, las transiciones violentas, y en esto tuve el respeto de mi familia. Aceptaron que dibujara permanentemente y no les extrañó que eligiera Filosofía cuando entré en la Universidad. Esa tolerancia –ese respeto en suma–, creo que tuvo su origen en mi