como los propios de una pasta pictórica aplicada con generosidad […]. También se atrevió a gamas de color “femeninas”, con una proliferación de tonos rosados.
En 1957 comenzó el ciclo que denominó “impresionismo abstracto”. Esta serie nació con una obra en la que el óleo fue aplicado con pincel ancho y cargado, o con espátula, de manera tal que cada toque pudiera ser leído como una forma cuyo conjunto organiza un tejido sobre un fondo de diversos y diáfanos colores. La serie continuó en 1959 con trabajos donde, al igual que en el primero, predominan los azules, los celestes, los verdes, en atmosféricas evocaciones del paisaje. En estos últimos, las pinceladas forman una pantalla única, sin registros superpuestos, matizada por las variaciones de tono y los accidentes de las texturas. La producción de 1960 es más variada por la elección de tintes e hizo más evidente la presencia de la mancha como motivo, en consonancia con las corrientes informalistas que Yente asumió y reelaboró a su muy particular manera.
A fines de 1958 exhibió un conjunto de tapices elaborados desde 1956. Estas obras presentan la particularidad de que no se limitan a simples bordados con hilos o lanas sobre telas de trama abierta, sino que además están trabajadas con pintura, a veces también aplicada sobre los mismos bordados. Algunas piezas de 1956 reiteran la trama de bandas trabadas entre sí de los relieves y temples de 1946; sus planteos más o menos geométricos vuelven a aparecer en los tapices de 1957.
[…] produjo también dos ejemplares en los que, contradiciendo toda la lógica del informalismo, Yente bordó manchas y chorreaduras. En un juego de simulaciones y con colores vivos sobre