Sin una gota de sangre, pero con la certeza de conmover, Costantino, sin embargo, difícilmente haya podido tomar distancia –para el público– del acto perverso de concebir y hacer la muestra. Sin embargo, esto se manifestó escasamente, ya que los asistentes –sólo unos pocos se retiraron– ante la perplejidad originada por la presencia de los animales envasados escaparon y entraron (¿contradictoriamente?) en otro juego, el de comer. Por eso, sin ninguna vergüenza, se juntaron en la otra sala y se dedicaron, muy de acuerdo con el horario, a saciar su apetito.
Esta doble escena fue seguramente lo más significativo, ya que mientras una pequeña fiesta se desarrollaba en un lugar, aun cuando para comer hubiera que ensuciarse las manos, en la otra sala se percibía un vacío, solo ocupado por los despojos de los animales. [...]