en embutidos forzados, en pieles manipuladas. Sigue el homenaje y la tarea de rescate, la escritura escatológica con las manos hasta el cuello revolviendo y destripando chanchos, y el freezer lleno de cerdos adobados, doraditos y crocantes cocinados sin piel y sin grasa. Pero además en esta sala hay algo más que "chancho bola". Unos pocos relieves sorprenden desde las paredes. Restos de chanchos que se condensan en medallones repulsivos puestos al azar. Costantino imagina una excavación, una pared picada que deja al descubierto la presencia de cadáveres recién encontrados. La fantasía de un hallazgo casi policial que conmociona el barrio. Hay tantos muertos ocultos en tantas historias familiares; hay tantos cadáveres misteriosamente desaparecidos que ni siquiera los chanchos, estos animales domésticos y tan sabrosos, se salvan del destino incierto, de la locura de un posible asesino anónimo. Contra el resplandor de las bolas de peltre, estos relieves pintados conservan el color de la carne recién lapidada. No hay títulos ni demasiadas explicaciones, ni siquiera demasiada variedad. Otra vez los chanchos, algunos materiales nuevos, algunas sugerencias formales diferentes. Junto a los chanchos una cadena de pollos blancos de 5 metros y una cadenita de oro y una carpeta de pollitos amarillos. Los pollos se penetran entre sí, se sujetan con cada cuello entrando en cada culo en un encastre perfecto, que la misma Costantino recuerda haber visto en los collares Gucci. Otra vez las referencias se deslizan y los pollos se ponen chanchos con sus sugerencias amatorias y sus promiscuidades anales. Sin embargo, el comentario se achica rápido en la pieza de joyería fundida y soldada en oro con sus 26 pollitos y su broche tipo cajón.