eso. Mi visitante vio algunos muñecos, junto a obras posteriores en el taller de Houston, donde me hallaba en 1995 por un intercambio entre Glassel School of Art y el Taller de Barracas. Me encantó que me lo dijera, porque en realidad en todos mis trabajos están presentes la comida, la bacanal, lo escatológico. Después de esta obra yo me preguntaba “¿ahora qué voy a hacer? ¿qué tipo de artista soy?”. Estuve dos años bloqueada y un día, no sé cómo, se me ocurrió empezar a trabajar con animales. No podía hacer algo más suave y de menor calibre.
A partir de 1992 empecé a venir a estudiar una vez por semana con el escultor Enio lommi a Buenos Aires, donde me instalé en 1994. El me alentó muchísimo a realizar la idea de un banquete, de una performance, que tenía dando vueltas en la cabeza. La obra de “Cochon sur canapé” (Lechón a la cama) surgió, entre otras cosas, porque para mi cumpleaños cocino porchetta. [...]
El chancho es múltiple en su capacidad de brindarle al hombre posibilidades de insulto de todo tipo. Para mí es todo un símbolo y lo adopté. Hice mi primera versión del chanchito con motor, que colgaba y era transportado por un sector de la galería, cuando presentamos una colectiva del Taller en Ruth Benzacar (1994). Es el calco de un chanchito de verdad que compro en el mercado. Utilizo silicona blanca porque es un material que tiene una caída que repite la flaccidez de un cuerpo inerte.
No quiero modelar y por eso uso calcos. Creo que el calco es a la escultura lo que la fotografía es a la pintura. Con mi ropa de silicona –corsets, tapados, vestidos– que imita la piel humana, es