No pocas reacciones despertó y despertará la muestra de Nicola Costantino –“Desnudo y crudo”– en el foyer del Auditorium (puede visitarse de martes a domingo de 17 a 21). Desde la admiración, pasando por el extrañamiento, hasta el asco declamado y la condena, todo se escuchó en tonos bajos. Sí, la cuestión del porcentaje de su grasa en el bendito jabón ultracotizado y la asociación que algunos vieron con el Holocausto nazi. Y es bueno que el arte provoque, que movilice.
[...] estas obras de Nicola Costantino tienen una impronta singularmente bella; participan de la misma belleza que los personajes de Djuna Barnes, los cadáveres encalados de Goya o las heridas irremediablemente abiertas de Frida Kahlo... la lista sería, obviamente, interminable.
Además, se han escrito si no bibliotecas, al menos muchas de sus estanterías, acerca del territorio del goce, de ese más allá del placer, de la atracción de las pulsiones tanáticas y del indudable valor artístico de lo obsceno –claro, cuando de arte se trata–, de modo que aquí también caben argumentaciones varias que, lejos de pretender justificar una producción –el arte nunca precisa justificaciones–, nos indican que cada una de las obras aparece como puro sentido; sentido que no necesariamente debe ser des‑me‑nu‑za‑do. Está –ahí, pero dónde, cómo, escribiría Cortázar–. Está.