Y como dicen que respondió Picasso cuando le enrostraron “el horror” que había mostrado en su Guernica: “esto lo hicieron ustedes”. Digo: lo terrible no es que la obra de Nicola Costantino remita sin escrúpulos, para algunos, a las prácticas nazis... lo imperdonable es que haya existido Mengele con su larga serie de –prolijos, por cierto– imitadores... y de paso: pregunto, en la Argentina ¿cómo anduvimos, cómo andamos? Digo... algunos de los que se persignan frente a Savon de corps, miran para otro lado cuando se recuerda la complicidad de la Iglesia con cierta gentuza de la dictadura. En suma, es bastante caprichosa la vinculación de la artista con Auschwitz o Trevlinka, y en cambio lo obvio es que ella no los inventó.
Por lo demás, y además de la innegable calidad de la propuesta, hay una nada velada crítica a la sociedad de consumo –que por cierto, es cruel y atormenta–, a la violencia –que se sigue practicando de groseras o refinadas formas, siendo una de las peores el hambre–.
Volviendo a la muestra, esta mujer, eso es seguro, sabe lo que hace. No deja lugar para respuestas cómodas, y en cambio genera un espacio en donde hay que animarse a jugar con nuevas preguntas. Nicola va hacia la creación y como un personaje mítico, atraviesa el dolor, cuando no ya la muerte y regresa con una mirada renovada; insiste entonces en imaginar otro puente, uno que no esconda la entraña del horror ‑que es parte del reino de este mundo: desde ahí, y con la daga de esos ojos enormes, daga que se queda en lo que hace, invita a preguntar y te interroga. [...]