algo nuevo y surgieron dos proyectos: Uno era hacer las máquinas, que son instrumentos vacíos, precisos, fríos, no tiene que ver con la carnalidad sino con esa cosa ingenieril, mecánica, por un lado y, por otro lado, la obra del jabón en la que yo uso mí cuerpo como volviendo un poco atrás, como cuando usaba el cuerpo de los animales, y puse una parte –aunque sea mínima– pero verdadera de mi cuerpo. Lo que antes hacía con los animales lo hice conmigo. Me puse yo como objeto de consumo. Entonces, sí, sobrevino la reacción de las buenas conciencias y la crítica a un aspecto que la obra no contemplaba, la asociación con el nazismo: se puso de manifiesto algo que es muy sorprendente, porque no está presente en la obra, que es una asociación: el hecho de que haya grasa humana en el jabón con un hecho histórico; y en el trabajo en sí hay temas muy obvios: la imagen de la mujer, el sometimiento de la mujer a la imagen de la belleza, lo que te quieren vender, lo que comprás: cuando vos comprás algo es porque te identificas con el personaje del afiche y yo, en este caso, lo llevo a una especie de burla extrema: si querés comprar a la chica del afiche, la tenés en el jabón en un tres por ciento. Hay como un sarcasmo y una cachetada a la publicidad. Eso es lo que está en la obra. Pero las críticas no vinieron, justamente, de grupos conservadores o de sectores relacionados con el holocausto, no: lo más reaccionario surgió dentro del seno de la comunidad artística, en contra de este trabajo; yo creo que hubo una especie de aproach a esta obra como si fuera un programa de televisión; lo tomaron no como público de arte sino como público televisivo. [...] es como si yo fuera una de esas ricas fuera de quicio, una estrella que saca su perfume y sus cosméticos, parodiando un poco toda esta cultura del fashion victim. Pero también se transforma todo en una reflexión sobre los preconceptos, hay un prejuicio sumado