como lo bautizaría Juan Andralis sin exageración alguna, daría más tarde la vuelta al mundo). Al conocerlo personalmente pude confirmar la misma precisa lucidez que me había transmitido su gráfica. Desde entonces quedó establecida entre ambos una relación que se prolongó hasta nuestros días.
[...] Éramos aprendices y escuchas de un Distéfano que había tenido la percepción de que la tipografía podía dotar de identidad a la gráfica del Di Tella, él no necesitaba ser tipógrafo para manifestar su extrema sensibilidad hacia los signos; su intuición de estratega se convirtió en el motivo de nuestra presencia. La visión de la letra como imagen se nos prendió para siempre. Yo no podía dejar de admirar como Distéfano dotaba de razón a las ideas; cuando la vida lo condujo al oficio de escultor terminé de comprender su particular manera de relacionarlo todo: en algunas oportunidades me había acercado fragmentos de letras para pedirme que reconstruyera con ese