Diseccionados, separados de un cuerpo que connotan y, en ocasiones, cortados ellos mismos para hacer explícita su composición interior, los órganos representados por Gómez a partir de 1977, se transforman en metáfora de los conflictos de la condición del hombre. El anudamiento de las tripas y la fisonomía tensa de los tejidos musculares revelan, colocando bajo la lupa y mostrando en exasperante detalle, los signos corporales del sufrimiento. Las superficies gelatinosas y sanguinolentas conseguidas por el trabajo directo, prácticamente gestual, realizado al manipular la espuma de goma bañada en resina poliéster, alcanzan su coloración ocre-rojiza en el mismo fraguado, procedimiento que remeda el de la vida, cuyo metabolismo requiere del "quemado" constante de la materia para convertirla en energía. El origen autobiográfico de estas obras, que ponen en escena los avatares de la existencia, se derrama en la sociedad cuando se inserta en el contexto histórico de una Argentina, que entonces tributaba con miles de cuerpos torturados y asesinados, su falta de libertad.