Con la incorporación de lo óseo, Gómez introduce una variante en su lenguaje. Ahora sus obras presentan restos de cuerpos, íntegros en sí mismos, deteriorados por la muerte y la corrupción. Los despojos descartados y descartables, predominan como imagen del destino dramático de lo viviente. Esqueléticas o cartilaginosas parcas aparecen como clásicas Victorias Aladas, triunfales ángeles de la muerte. No falta tampoco el ave carroñera en acción depredadora. Costillares, dentaduras, cráneos, columnas vertebrales, brazos, piernas, jirones de piel y otros fragmentos anatómicos dialogan con conformaciones completas de monstruos antiguos, innombrables, que transmiten vulnerabilidad existencial y filosófica, y en cuyas actitudes puede reconocerse, aún, la condición de sujeto humano. El artista procede construyendo las estructuras de madera y la fibra de vidrio estabilizan técnicamente estas piezas y a la vez, casi como un performer, también destruye, no dudando en modelar con fuego el color y las texturas de obras como Quemado (Parrilla II).