El humor, rayano en el delirio grotesco, predomina en estas esculturas de yeso, en las que Gómez recupera con el modelado, el oficio tradicional del escultor. El anacronismo de formas y citas clásicas se contrapone al gesto exasperado, al empleo del fragmento y a la hibridación. El idiota es un buen ejemplo de la intención del artista: poner en escena críticamente, características de la argentinidad contemporánea. La figura, mezcla de centauro criollo –con rastra y todo– y de obrero artesano en camiseta, presta oídos a quién sabe qué discurso engañoso –proveniente de un rollo de papel higiénico– mientras un águila imperial ya ha depredado uno de sus brazos. Este humor se torna negro cuando en El museo, las simientes que el hombre –el artista– siembra, tienen como destino un sarcófago.