Ante la urgencia de continuar desarrollando imágenes, el artista vuelve al poliéster que le permite imitar metales o piedras. Con él, sigue pergeñando su galería de antimonumentos en obras como Espada, donde se exhibe la figura de un entorchado militar que ha perdido la cabeza, reemplazada por una pequeña construcción que semeja un híbrido entre mirador y pajarera. La fragmentación y recomposición absurda de Soldado I hace posible la combinación de hombre, cerdo y ave, subrayando las contradicciones de la conducta humana, y a la vez, acentuando la parodia que de la estatuaria ecuestre hace esta pieza.