El bronce es el modo en que la historia se mete entre los cuerpos. El todo bronce de Maresca estampa de una monumentalidad que se excede de los gestos [...]
El bronce cuesta lo suyo: trabajo. Y rinde: memorabilidad y duración. Así es en la fabricación de las reliquias: hueso y metal, pelo y metal, una de misterio y una de adorno. Y cuando no lo es ampulosamente todo exhibido, el bronce se ofrece servil estaqueando los bichos de las ramas, soportando sus poses contorneadas; o se gratina burlón como colita en la cola o como bocina en la boca. Tal el caso del genial Eté. Donde en la rama recogida, ahora muerto, iba creciendo el musguito, ha colocado una delgada lámina de bronce rugoso y con pliegues. Encanto de lo símil, carcomido a lo táctil de la mirada gustosa.
(Hubo emblemáticos caballeros de La Expresión, que le sugirieron repletarse la vista en lagañas coloreadas, en óxidos de cobertura profiláctica. La llamaban pátina. O sea, doblegar sus consistencias y sus bordes.
A su orden de la cosmética del pathos, para la Maresca les pulió: ''el ánimo no es una Fioritura". Todo lo que es bronce brilla.)