[...] A mí siempre me sorprendió su modo de producción. Algo se le torna insistente –puede ser un texto, las instrucciones de un sueño, un objeto banal...– y ese rumoreo la va guiando con cálculo desconocido, hilvanando un color, una palabra, un emplazamiento. Nada es aleatorio ni adorna. El modo de producción es la manera de ser, de transitar (la vida, que es todo el mundo a nuestro alcance). A muy pocos he conocido (Batato Barea, Omar Schiliro, Kuropatwa...) capaces de atesorar tanta poesía, de condensar tanto sentido en la mirada. El hallazgo, el encuentro, es ese estado privilegiado del espíritu en que lo indecible –la alquimia de la vida– se conforma en belleza. Yo me deslumbro con sus ramas –ya presentes desde sus primeras obras–. Como la que da título a la muestra. Esa rama que creció retorciéndose sobre las circunstancias, sostenida en el capricho de sus obligadas curvas, ahora ya erosionada, crispada, noble. La cifra del frenesí.