[...] Ella era totalmente independiente, sin sponsors, sin compromisos, con total libertad, y consecuente con lo que hacía. Los límites entre su vida y su obra no eran visibles. Consecuencia de esta actitud era que la construcción de cada obra fuera una experiencia comunitaria, con todos sus aditivos, conflictos, violencia, encuentros y desencuentros apasionados, e inducía a que los demás también produjeran. Demostraba un compromiso con la circulación y destino de su obra; decía que le gustaba el Centro Cultural Recoleta porque pasaba mucha gente.
En ese momento del ambiente artístico, mientras se establecían grupos de poder y modalidades aún vigentes, Maresca era una outsider. Artista traumatófila, se hacía cargo de canalizar el shock a través de su propia persona.
Su obra era considerada por muchos innecesariamente incisiva, “psicobolche”, "hippie", desagradablemente extremista. A pesar de lo refinado y bello de su ejecución, su presencia incomodaba. Una de las herramientas usadas en esas obras era el elemento shock, producido por detalles como el tamaño o el realismo, la desacralización, olores, uso de objetos de la vida cotidiana, etc. [...]
A lo largo de estos años pude presenciar como Maresca se mantenía irreductiblemente en su puesto.