solipsismo, ni que lo político es un recurso o un tema, sino sobre la necesidad de vincular lo desvinculado apuntando críticamente contra los procesos o tentativas de homogeneización.
[…] Si los 90 nacen con Maresca, entonces no nacen en el Rojas, por más que el Rojas se inaugure con una exposición de Maresca. (Empujado a sus últimas consecuencias, este leve desplazamiento terminaría siendo astronómico: Maresca como anticipo, pero también como lo marginado a futuro, de una visión crítica de los 90 y de la primera década del 2000). Los 90 empezarán un poco antes, en la segunda mitad de los 80, con obras, experiencias, prácticas que deberían poder desplazar del centro de la atención el debate sobre lo formal versus lo político en el arte –distinción sin ninguna fertilidad desde el punto de vista del pensamiento, pero con consecuencias prácticas desde la perspectiva de las genealogías y los repartos de poder– para concentrarlo en el potencial creador de vida que, a veces, llegan a tener las intervenciones de algunos artistas. Hacer arte, en palabras de Maresca, implicaba “meter dedos en el culo de la gente”, y si para el arte había una tarea –que aquí, ex profeso, voy a llamar política– tenía que ser esa: la de la conmoción de los estándares perceptivos y conceptuales dominantes en una situación.