La contienda del retrato
Sobre el método de Humberto Rivas a la hora de enfrentarse a sus retratados y de cómo implementaba las sesiones realizadas en estudio mucho se ha dicho. Por ejemplo que propendían a que el sujeto fotografiado entregara una expresión, un gesto, que lo mostrara en una suerte de desnudez espiritual, obtenida con impiedad. Es difícil, sin embargo, concebir una actitud ex profeso cruel en Rivas, conocido por su afabilidad. Lo que sí sabía era lo que debía instrumentar –en un género que de otra forma podía rozar la banalidad– para darle espesor a sus retratos, no permitiendo a los modelos que se mostraran como creían que debían aparecer, sino que con persistencia, realizando infinidad de tomas y seleccionando con agudeza, buscó colarse con su cámara por un intersticio que develara un aspecto recóndito del personaje, induciéndolo quizás a perder la noción misma de que estaba siendo retratado.
Rivas conocía bien la máxima de Richard Avedon sobre la conciencia de ser fotografiado de quien posa y sobre la “actuación” que puede montar, consciente o inconscientemente, para dar determinada imagen. También recogía del neoyorkino que el retrato resulta de la interrelación entre las actitudes del modelo y las respuestas del fotógrafo. En todos los casos Rivas pretendió siempre indagar y conseguir más de los suyos, de lo que en principio podían y estaban dispuestos a ofrecerle.